Vivimos en un mundo que cada vez avanza con mayor velocidad. El acceso a la información es abundante y, hasta cierto punto, intimidante. Lo que hace seis meses era considerado “de moda”, hoy es noticia vieja.
Irónicamente, la mayoría de las personas han desarrollado una especie de pereza metafísica: teniendo acceso a una enorme cantidad de información —literalmente al alcance de los dedos— muchas veces no se hace el mínimo esfuerzo por indagar y ahondar en temas de trascendencia.
Esto se aplica a los creyentes también. La falta de crecimiento en cuanto a temas de importancia para el cristiano es palpable. Es común que cuando nos encontramos en medio de una conversación en la que hay dos ideas en pugna, llegamos a un punto en el que se suelta —cual bomba que busca destruir la discusión— la célebre frase: “Bueno, lo que es verdad para ti, no es necesariamente verdad para mí”.
Sí, lo admito; en algún momento de mi vida llegué a usar esa frase. No voy a justificarme. ¡No estuvo bien! Trataré de explicar por qué.