Una vez le pregunté a una clase de jóvenes: “¿Qué es la santificación?”. Las respuestas eran muy comunes para estudiantes creciendo en una cultura “cristiana” pero con personas no necesariamente cristianas. Un estudiante dijo, “Es no hacer cosas malas como mentir, robar, tomar alcohol, tener sexo, etc”. Otro estudiante respondió, “Es cuando llegamos a otro nivel de ‘profundidad’ en nuestra relación con Jesús donde no hacemos cosas malas”. Estas respuestas me entristecieron porque aunque tenían un sabor a la verdad, no eran la verdad completa. De hecho, cometieron unos de los peores errores que podemos cometer en nuestra relación con Dios: poner la santificación antes de la justificación.
Nuestra justificación es el acto que cumplió Dios para perdonar nuestros pecados y declararnos justos delante de Él. Este acto lo cumplió Cristo en la cruz y la única manera de recibirla es por fe (Ro 3:28). Pero después de ser justificados, la obra de Dios continua en nosotros y somos progresivamente sanctificados. Ser sanctificado simplemente significa crecer progresivamente en semejanza en Cristo y libres del pecado. Es encontrarse cada día más vivo en Cristo y muerto al pecado (Ro 6:11). Pero no podemos ser más como Cristo si no hemos puesto nuestra fe en Él para nuestra justificación, primero, no importa cuanto obedezcas Su ley o cuantas buenas obras hagas.
Entre mis 19 y 21 años experimenté algo que solo puedo describir como un avivamiento personal al evangelio. Había conocido la verdad del evangelio por mucho tiempo, pero ahora, ¡estaba despierto al evangelio! Y gran parte de este avivamiento personal fue un entendimiento renovado de la relación entre la justificación y la santificación.