Mientras más confieso mi pecado, más me parezco a Cristo
Siempre he luchado con el arrepentimiento. Por muchas razones. No me gusta reconocer que estoy equivocado. No me gusta mostrarles a otras personas que soy débil, que tengo luchas y que necesito ayuda. Y tampoco me gusta sentirme desprotegido o vulnerable en frente de ellas. Sin embargo, como dice el pastor Matt Chandler, “Para que el evangelio sea buena noticias tiene que invadir espacios oscuros”. Al aceptar el evangelio, reconocemos que nuestros corazones son oscuros y que tenemos que cambiar (2 Co. 4:6). Por lo tanto, el arrepentimiento no solo nos debe llevar a una entendimiento correcto de quiénes somos (pecadores necesitados de la gracia), pero también a un entendimiento de quiénes llegamos a ser en Cristo.
He aprendido que mientras más confieso mi pecado, más crezco en la semejanza de Cristo. Al confesar mis pecados, estoy reconociendo que necesito ser santo, pero que no lo puedo hacer por mis propias obras o esfuerzos (Ro. 3:10). También estoy reconociendo que Cristo realmente es la única persona Santa, y al aceptarlo a Él como el centro de mi vida como Señor y Salvador, Su santidad se vuelve mi santidad (2 Co. 5:21). Él mismo es mi santidad. Entonces, el arrepentimiento es el método por el cual puedo parecerme más a Cristo. Mientras más confieso mi pecado, más me parezco a Cristo. Es una renovación espiritual radical.
El arrepentimiento no es un acto que se hace una sola vez. Si reconocemos que todos somos imperfectos —aun siendo salvos— debemos también reconocer que el arrepentimiento no es un acto que solo hacemos al “aceptar” a Cristo y convertirnos en cristianos; es una práctica continua, es una dinámica espiritual que cada cristiano debe practicar para crecer en su propia santidad y santificación (Mat. 3:8).